La ELA viene de lejos. Ludwig Heinrich Gehrig era un bateador sensacional. Entre los años veinte y treinta formó junto a Babe Ruth una dupla temible que a puro empuje de carreras despertaba la locura del público de los Yankees. Pero Lou comenzó a perder fuerzas: su cuerpo empezó a cambiar. Hasta que el 2 de mayo de 1939 el locutor del estadio debió anunciar: “Damas y caballeros, ésta es la primera vez que el nombre de Lou Gehrig no aparecerá en la alineación en 2.130 juegos consecutivos”. Al poco tiempo confirmaron que el beisbolista sufría esclerosis lateral amiotrófica. Los Yankees decidieron que su camiseta –la número 4– fuera retirada. Y él se despidió de sus fanáticos en unas pocas palabras que aún se recuerdan por Nueva York: “Me considero el hombre más afortunado sobre la faz de la Tierra”. Lou murió dos años después. Su récord de asistencia a partidos recién sería batido en 1995. Y la enfermedad que lo fulminó hoy es conocida como Mal de Gehrig.
De Lou (y de mucho antes) a esta parte aún no se ha encontrado la forma de combatir la ELA. También conocida como ALS por sus siglas en inglés, la página de la Universidad de Virginia la describe como “un trastorno neurológico terminal que se caracteriza por la degeneración progresiva de las células motoras de la médula espinal y del encéfalo”. No afecta ni el funcionamiento mental ni los sentidos, pero provoca una parálisis muscular progresiva hasta la muerte. Aunque muchas estadísticas dan vuelta al mundo, se concede que la ELA afecta a seis personas de cada cien mil al año.
¿Será el fútbol?
En Italia no hay cifras oficiales pero se estima que en los últimos años se le ha diagnosticado a más de cincuenta futbolistas retirados de ese país. Y un informe del diario Gazzetta dello Sport reveló que desde 1973 murieron 39 de ellos por sus efectos devastadores. Basándose en las historias clínicas de 7.325 jugadores, un estudio de Adriano Chio, profesor de la Universidad de Turín, detectó que el Mal de Gehrig tiene una incidencia seis veces mayor en los jugadores que en el resto de la población de ese país.
La revelación de Turchi al diario Corriere Adriatico volvió a poner sobre la mesa un tema que el juez de Turín, Raffaele Guariniello, lleva años estudiando. Entregado a investigar los motivos por los que tantos jugadores italianos morían prematuramente, se encontró con que además de los muchos casos de cáncer aparecían demasiados de ELA. Y entonces comenzó a tener más preguntas que certezas. “Las hipótesis sobre las que más trabajamos –explicó– son el dopaje, los traumatismos, así como el uso de sustancias tóxicas para el cuidado del césped en las canchas”. Pero Guarinello, que puso su lupa implacable sobre el doping de la Juventus de Marcello Lippi, no encontró incidencia de la enfermedad en el ciclismo, donde los estimulantes siempre corrieron como el agua. Y allí entró en crisis la teoría del dopaje. ¿Será el fútbol? ¿Qué será?
Stefano Borgonovo pasa sus días entre las paredes de la habitación de una clínica de Milán. Acaba de cumplir 45 años y sufre el Mal de Gehrig desde hace cuatro. Su cuerpo, dormido en una silla de ruedas, pesa cincuenta kilos. Apenas puede moverlo. “Necesita que lo laven, que lo peinen, que lo vistan”, cuenta Chantal, su mujer. El aleteo de sus párpados y un sintetizador que traduce el movimiento de sus ojos en palabras son la única forma con que puede comunicarse con su familia. En la cancha, Borgonovo era un delantero fuerte y goleador. Junto a Roberto Baggio formó una dupla que ningún hincha de la Fiorentina podrá olvidar. Y fue parte del Milan que Arrigo Sacchi dirigía con la música holandesa de Ruud Gullit y Marco Van Basten, otro de sus socios en el ataque. Ahora, una fundación que lleva su nombre recauda fondos destinados para la investigación de la ELA. El año pasado él mismo entró con su silla de ruedas al campo de juego en donde Milan y Fiorentina se enfrentaron para juntar dinero. Para el 11 de julio está previsto que Barcelona, Real Madrid y Milan disputen un triangular con los mismos fines.
Stefano no condena al fútbol por su enfermedad: “Volvería a jugar”. Gianluca Signorini tampoco echaba culpas a la pelota. Había pasado por varios clubes pero su lugar estuvo siempre en Genoa, donde fue capitán durante siete años. Murió en 2002 a causa del síndrome cuando tenía 42 años. En su homenaje, nadie más volvió a usar la camiseta 6 en el equipo italiano. El caso de Signorini golpeó duró al Calcio. Pero antes y después hubo más muertes por la ELA. Algunos nombres: Armando Segato (a los 43 años), Ernsr Ocwirk (43), Giorgio Rognoni (40), Fabrizio Falco (35), Guido Vincenzi (65), Narciso Soldan (59), Rino Gritti (51), Albano Canazza (38), Fabrizio Dipietropaolo (39), Lauro Minghelli (31) y Ubaldo Nanni (44). La última víctima fue Adriano Lombardi, en 2007, a los 62.
Pinchazos
Las sospechas sobre la incidencia del doping en estos casos brotaron desde el primer día. El festival de jeringazos que copó al Calcio durante años no podía ser gratuito. En un programa de la televisión italiana dedicado a la ELA, Carlo Petrini contó lo que ocurría en los vestuarios durante los años setenta, cuando él era jugador profesional: “La primera vez llegaron el médico, el masajista y el entrenador. El médico llevaba un frasco que parecía una naranjada. Al no existir entonces jeringas descartables, la misma aguja se introdujo cinco veces en el frasco y pinchó a cinco jugadores”. Siguió: “Te dabas cuenta de lo que te habían dado porque podías correr, saltar, caerte, presentarte ante el arquero sin cansarte y con la mente lúcida. Se tenía una fuerza inimaginable”. El cierre de Petrini fue terrible: “En los partidos, eso sí, te salía baba verde de la boca. Debías escupirla para no ahogarte”. El ex jugador es autor del libro Scudetti Dopati, en donde mostró las actas del proceso que Guariniello llevó adelante contra la Juventus. Ese equipo, dirigido por Lippi desde el banco y conducido por Zinedine Zidane desde la cancha, ganó casi todo lo que jugó. Cuando el juez allanó el club parecía una farmacia. La falta de pruebas dejó a salvo a la Juve, pero hasta hoy algunos de quienes vistieron su camiseta consultan a neurólogos para que ninguna enfermedad los agarre a contramano.
Carlos D’Angelo, miembro del Consejo Científico Asesor de la Sedronar y especialista en doping, descarta la vinculación entre el uso de sustancias y el Mal de Gehrig: “Al doping últimamente se le echa la culpa de todo. En una época estuvo muy arraigado en la Argentina y yo no recuerdo que haya ocurrido algo así. Además, poner bajo sospecha los muertes es complicado y poco ético. Y si el vínculo existiera, ¿por qué aparece sólo entre los futbolistas y no entre los ciclistas u otros deportistas?
La misma pregunta se hicieron quienes investigan el tema. Es por eso que en nuevos estudios aparecieron otras variables, como la inhalación de los pesticidas que se utilizan en las canchas, los esfuerzos excesivos y el abuso de antiinflamatorios. Incluso, durante un congreso sobre ELA y fútbol realizado el año pasado en Roma, en donde se reunieron neurólogos de todo el mundo, se determinó que la enfermedad es más frecuente en los mediocampistas debido a que reciben golpes más recurrentemente. Pero aún así, ¿por qué no sucede en el rugby? Nadie tiene respuestas.
Alberto Dubrovski, jefe del Departamento de Neurología del Instituto de Neurociencia de la Fundación Favaloro, cuenta que “como en muchas enfermedades, con la ELA se han detectado lugares donde se concentran pacientes que comparten determinados antecedentes”. Un ejemplo es la isla de Guam, donde se hizo frecuente una esclerosis lateral amiotrófica asociada a Parkinson y demencia. “Durante muchos años –explica– se debatió qué ocurría. Hasta que se llegó a la cica, que la gente cultiva y come. Pero para que esto pudiera tener algún efecto, debía ingerirse en grandes cantidades y la gente no comía tanto. Ahora resulta que quienes comían eran los murciélagos y concentraban enormemente esta sustancia. Y en Guam se come murciélago. Cuando los erradicaron la incidencia bajó”.
Es decir, la búsqueda de las causas de la ELA está abierta. “Se estudió de todo: si había incidencia en las mascotas, si en países fríos, si en países cálidos. Y en relación a lo que ocurre en Italia, quizá practicar deportes se convierta en un factor de riesgo. Pero no sólo jugar al fútbol. Aunque ésta es una observación que pasa de eso. Todavía no se conoce qué es lo que le da origen a la degeneración de las células nerviosas. Es un tema caliente, hay teorías, pero nada más”, afirma Dubrovski.
El misterio aún cubre al Calcio. Turchi, el último en revelar su enfermedad, debió explicar, como todos, que él nunca consumió sustancias dopantes. Sin embargo, admitió que en ocasiones echaba mano a antiinflamatorios. Pero ahora para él no es tiempo de mirar por el espejo retrovisor. Y casi que tampoco es tiempo de mirar hacia adelante: “Vivo al día, minuto a minuto. Si pienso en el futuro, me angustio”. Así es la historia de la ELA, el fantasma que recorre el fútbol italiano.
Publicado en Crítica de la Argentina
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