Podría descargar bronca en estas líneas, pero no vale la pena. Creo que ni la bronca se merecen algunos personajes. Descifrar una derrota no es nada fácil, mucho menos a minutos de concretada, cuando la hinchazón todavía no bajó. Lo que surge, amigos, es el agradecimiento y el orgullo. Por empezar, me vienen a la mente mis compañeros, los de adentro y los de afuera. Sentirse acompañado es una sensación de plenitud. Nunca estuve solo abajo. Nunca estuve solo en ningún lado. Porque, al fin y al cabo, hasta el final lo escribimos entre todos. No puedo dejar de emocionarme con mis compañeros de la punto com. Ellos lo dieron todo. Como el resto, porque en realidad cada uno forma un todo de solidaridad. ¿Qué son acaso esas lágrimas de algunos que apenas me conocen? Este grupo de trabajadores enfrentó adversidades en todos los planos: un grupo de carneros, un sindicato matón, una empresa carnicera y un funcionario que parecía salido de la pluma de Kafka. Así y todo, se mantuvo hasta donde pudo, hasta donde dio. Así debe ser. Me quedo con ese cariño, con esa solidaridad, que no es tan quebrantable como algunos quieren pensar. Porque ahora hay que seguir.
A los que estuvieron, a los que llamaron, a los que escribieron, a los que se preocuparon, a los que preguntaron; a los que reflexionaron, a los que me abrazaron, a los que sonrieron, a los que gritaron; a los que se enojaron, a los que putearon, a los que tiraron huevos, a los que publicaron.
A todos ellos.
Gracias.
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