miércoles, 16 de abril de 2008

El hombre del campo

G tomó una aceituna, la metió en su boca y mientras la aprisionaba entre los dientes sólo para sacarle el jugo, dijo: “La otra vez estuve en el corte”. Se tomó su tiempo para esperar reacciones; escupió el carozo, cadáver pelado de la aceituna. En la mesa todos lo miraban. Era una mesa de cumpleaños familiar, todo muy informal; algunos sanguches de miga, queso, salamín, papas, cerveza. “No nos pueden seguir robando así”, dijo G y miró a A en busca de complicidad. Y A no habló pero hizo un gesto de que sí, claro, no pueden. Entonces la mesa también dijo sí, claro, que dejen de robar, ladrones, hasta que N, entre tanta sinrazón, intentó poner ciertas cosas en su lugar: “¿Y la comida que tiraron, la leche, mientras los pibes se mueren de hambre?” Y G arqueó las cejas, abrió los ojos lo más que pudo y se estiró hasta el gouda; sorbió un trago de cerveza y anunció: “Si no se ponen las pilas, volvemos a la ruta”. Después contó de sus vacaciones en Punta del Este.

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