-Encima nos mandan la gendarmería, nos llevan presos. Imagínense, en cuanto sigan en esa se les va a armar un quilombo que mejor no les cuento.
Y yo quería que G. cuente, que cuente todo, cada detalle del quilombo que se les venía a los que les mandaban la gendarmería. Pero mejor, pensé, es no interrumpir al hombre de campo cuando el hombre de campo está con ganas de hablar, copa en mano, un buen vino. Y hasta quizá nos cuente todo y yo ni siquiera tenga que abrir la boca.
-Ya que nos repriman es el colmo, no les alcanza con meternos la mano en el bolsillo.
Dijo G. y no me miraba a mí sino a otro hombre, que no es de campo, y quizá tampoco de ciudad. Pero yo quería que cuente, pero tampoco iba a hablar. Ahí, en esa mesa, yo tenía que ser un antropólogo cuidadoso para que mi objeto de estudio no sufra la intervención externa. Así que me dediqué al silencio y, por qué me iba a privar, me serví un poco de vino.
-Por eso ahora se viene el partido del campo, del agro, o lo que sea, porque de una vez por todas en este país tenemos que empezar a mandar los que ponemos la guita.
De qué país hablaba G. no sé. En este, en el que estamos ahora, desde hace muchos años que mandan los que ponen la guita. Aunque si lo pienso bien mandan más los que se la llevan. Porque poner, lo que se dice poner, tanto no la ponen. Quizá el hombre de campo se refería a eso: a que no la quieren poner, se la quieren llevar toda. Después, en la tele, se escuchó algo de Carlos Fuentealba. Giré la cabeza y vi el rostro del maestro asesinado. Un segundo. Dos segundos. Y pensé: qué sabrá este boludo de represión.
-Por eso ahora se viene el partido del campo, del agro, o lo que sea, porque de una vez por todas en este país tenemos que empezar a mandar los que ponemos la guita.
De qué país hablaba G. no sé. En este, en el que estamos ahora, desde hace muchos años que mandan los que ponen la guita. Aunque si lo pienso bien mandan más los que se la llevan. Porque poner, lo que se dice poner, tanto no la ponen. Quizá el hombre de campo se refería a eso: a que no la quieren poner, se la quieren llevar toda. Después, en la tele, se escuchó algo de Carlos Fuentealba. Giré la cabeza y vi el rostro del maestro asesinado. Un segundo. Dos segundos. Y pensé: qué sabrá este boludo de represión.
Fotos: Prensa de Frente
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