lunes, 9 de junio de 2008

La muerte del canalla

"El crápula se ha muerto/se acabó el alma negra/el ladrón/el cochino/se acabó para siempre/hurra/que vengan todos/vamos a festejarlo/a no decir/la muerte/siempre lo borra todo/todo lo purifica/cualquier día/la muerte/no borra nada/quedan/siempre las cicatrices"
"A la muerte de un canalla", Marío Benedetti
La muerte no hace mejores a las personas. Se murió Bernardo Neustadt. Y se murió como lo que era: un hijo de puta. Nada va a arreglarlo. Pero me pasa desde hace mucho que no puedo celebrar la muerte; me pasa que veo a la muerte como una señora traicionera que anda por nuestras vidas llevándonos con ella a ninguna parte y por distintas causas. La muerte nunca es una buena aliada. No es que visitó a Bernardo porque tuvo ansias de alguna justicia: la muerte no conoce de esas cuestiones. Esta señora, la muerte, tal vez vestida de negro -quién sabe, quién cree- después de ir por Bernardo pasó por otra casa, otro barrio, otro pueblo, y se llevó a un pibe que curtía paco, a un hombre que no tuvo para remedios o a un bebé al que no pudieron darle de comer. Fue ella, estoy seguro, ella sola, por sus propios medios. O tal vez yo esté equivocado y haya muchas muertes, todas con caras distintas: buenas, malas, justicieras, bondadosas, crueles, silenciosas. Acaso la que le tocó a Bernardo sea una muerte justiciera, una muerte que desea poner las cosas en su lugar. Aún así, yo no le confío a la muerte mis alegrías. La muerte es una frontera, es la peor de todas. Sé que a veces puede ser necesaria -las muertes necesarias- pero prefiero no tenerla como aliada, ni tomarla de la mano cuando ella, de repente, nos hace un guiño; prefiero no deberle nada por si acaso ella decida cobrarlo alguna buena vez. Aún así nada me quita a mí la conciencia de saber quién fue Bernardo Neustadt, qué significó y cómo actuó en cada lugar y momento en el que estuvo. Como para recordarlo cada vez que intenten lavarle la cara. Pero que la muerte vaya por su camino, que yo con ella no quiero nada. Aunque ese poema de Benedetti le calce tan al cuerpo a su obituario, aunque el mundo vaya a ser un poco mejor sin él; aunque nos tiente, aunque den ganas, yo con ella no me abrazo.

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