I. Tengo un blog pero estoy en contra de los blogs. En realidad, creo, estoy en contra de la cultura blog, de la cultura que llegó con los blogs; de la idea de que estas cosas que escribimos con alguna periodicidad están revolucionando algo. Está muy bien que alguien tenga un blog, que escriba, que sea creativo, pero hay demasiada jactancia de que con eso llega una nueva forma de comunicar. Y no estoy tan seguro. Esa historia que nos cuentan acerca de cómo la web se come al papel me tiene un poco cansado. Yo leo blogs, algunos me gustan más que otros, pero hasta ahí llego. Quiero decir: tampoco les creo tanto. Y a veces no les creo nada.
II. Algunos comentaristas llegaron a este blog a pedir algo así como objetividad -esa cosa tan espantosa. Y fue el colmo, tomé la dimensión de lo que significan los blogs para algunas gentes; llegan aquí, creyéndonos los gurúes de la información, los reyes de la alternatividad, y no somos más que unos muchachos marginales que cada tanto tenemos ganas de escribir y publicamos para que alguno nos lea. Pero los comentaristas no tienen la culpa: fueron los mismos blogueros los que crearon ese monstruo, los que comenzaron a gritar ¡somos el nuevo periodismo! ¡muera el papel! Y ahí tuvieron a unos miles que los siguieron, pidiéndoles objetividad, rigurosidad e independencia. Yo lo único que pido es libertad, por lo demás ni se preocupen. Desdramaticemos los blogs, saquémosle seriedad.
III. Vivimos en un microclima. Fíjense: hablo en primera persona porque de eso no puedo escapar, tengo un blog, aquí estoy, escribiendo para vaya a saber quién. Digo, vivimos en un microclima, creemos que somos masivos, que marcamos tendencia; que los grandes medios nos miran asustados y nosotros le ladramos porque somos su conciencia; los que les marcamos la cancha cuando se equivocan, los que desenmascaramos sus trastadas; somos los Robin Hoods de los medios. Pero mi vieja no lee blogs. La vecina de mi vieja tampoco, ni siquiera tiene internet. La masividad, mis queridos, no son unos miles de visitantes.
IV. El domingo la tapa de La Nación mostró a los blogueros más visitados del país. Leandro Zanoni posteó sobre el tema y terminó en la siguiente conclusión: "Los diarios de papel ya murieron". Pero el certificado de defunción tenía una paradoja: él mismo se sentía legitimado al verse en el papel. No está mal que así suceda. De alguna manera, cuando la información llega al papel es cuando se masifica. Seguramente esa nota a Leandro y al resto le signifique algunos visitantes más. Además, me aterroriza esa idea, la muerte del papel. Sería tremendo. El año pasado, Claudio Regis contó en Veintitrés: "Hace poco perdí a mis abuelos y encontré un montón de cartas de amor de ellos maravillosas. Con ellas los conocí mucho más. Me pregunto qué encontrarán mis nietos de mí. ¿Mi backup del Outlook?".
V. Los blogs son construcciones individuales. Este mismo. Más allá del intercambio que pueda hacerse con los comentaristas, cada bitácora es de cada cual; es una individualidad que da por tierra con cualquier idea de agrupamiento. Existen los blogs colectivos pero son la antítesis de los blogs. Un blog colectivo es casi un oxímoron. Como escribió Eduardo Blaustein en Crítica de la Argentina: son micromundos, guetos. En una nota para Veintitrés Pablo Altclas me dijo que si Walsh viviera tendría un blog. En ese momento no quise polemizar, no correspondía. Pero ahora pienso que esa frase es equivocada. Creo que Walsh estaría en otro cosa: de ser el mismo estaría organizado, caminando junto a otros compañeros.
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