martes, 7 de agosto de 2007

Morir de hambre en la Argentina

En el Chaco hay personas que se mueren de hambre. Desnutridos, abandonados en la miseria y el olvido. Pero no es un escándalo ni político ni mediático, la oposición no se indigna y para una parte del periodismo ni siquiera es un tema principal. Que una situación de este tipo se naturalice es uno de los graves problemas de esta sociedad.

En 2005, de paso por Misiones, me encontré con la noticia de la muerte de una niña por desnutrición. Andrea Dominga Melgarejo tenía 14 años y pesaba 11 kilos. Al regresar a Buenos Aires busqué si el hecho había tenido algún rebote en los medios nacionales. Nada. Apenas alguna línea suelta. Tres años antes la desnutrición en el país había conmovido al país. Eran días de crisis y rebeldías. Desde Tucumán, Barbarita nos había quebrado a todos al contar que la noche anterior no había comido, mostrándonos en la cara nuestras propias miserias. Los casos en Tucumán y otras provincias se sucedían y se armaban colectas y donaciones para los más necesitados.

Pero en 2005, las cuotas habían regresado, el dólar ya se había estabilizado y la clase media ya no pisaba Garbarino o Frávega sólo para mirar, como en la publicidad.

Que a cuatro años de gobierno, Néstor Kirchner no haya terminado con la desnutrición es una demostración de los límites que tiene el esplendoroso crecimiento económico dentro del sistema capitalista. Y que una muerte, una sóla muerte, no implique un escándalo político, también demuestra la hipocresía de esta sociedad.

La prensa, que le pone tanta pasión a las quejas de la oligarquía ganadera, casi ni le dio espacio a la muerte de ayer de una indígena. Prefieren mostrar a CFK con su botox reluciente, hablando ante el recalcitrante Consejo de las Américas. Con todo esto, cuánta verdad hay en la última tapa de Barcelona: "El Gobierno asegura que 'la redistribución ya se hizo' pero que 'lamentablemente no alcanzó para los pobres'.

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